Villa Epecuén.
Desde que estábamos en Venezuela armando a Bipolar habíamos hablado de este lugar y teníamos muchas ganas de conocerlo por su indudable atractivo fotográfico.
Llegamos a las esperadas ruinas, para los que no saben la historia esta era una Villa turística qué luego de una inundación provocada por la crecida del lago quedó hundida 7 metros bajo el agua, al pasar de los años el agua fue cediendo y lo que quedó del pueblo volviendo a la superficie.
Nosotros decidimos ir al caer la tarde para obtener mejores fotografías y no pasar un mal rato con el calor ya que por todo el lugar no queda ni un árbol vivo que de sombra, comenzamos el recorrido maravillados por el sentimiento de desolación que causa el lugar y entre una foto y otra nos comenzó a caer la noche sin darnos cuenta, salimos cuando estaba ya oscuro y decidimos que no habíamos estado lo suficiente así qué al día siguiente volvimos a ir a la misma hora, con la diferencia de que esta vez nos sorprendió un atardecer con un aire de melancolía inevitable que tiene el lugar consigo. Mientras nosotros estábamos embelesados con el paisaje, Lua corría y brincaba de una ruina a otra, se revolcaba en el pantano sulfuroso y se atravesaba en uno que otro disparo, cosa que le perdonamos porque la queremos.
Hay lugares que creo, son representaciones gráficas de estados mentales o de ánimo, a pesar de estar haciendo fotos que es para nosotros una de las mejores sensaciones, el sentimiento de tristeza y desolación nos invadía y es casi hasta inexplicable.
Este lugar marcó un punto en el viaje muy importante, nos llevamos lo efímero, el renacer de los lugares y la belleza que hay en lo triste.
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